lunes, 25 de febrero de 2013

Tan triste como ella

Querida Tantriste:
Comprendo, a pesar de ligaduras indecibles e innumerables, que llegó el momento de agradecernos la intimidad de los últimos meses y decirnos adiós. Todas las ventajas serán tuyas. Creo que nunca nos entendimos de veras; acepto mi culpa, la responsabilidad y el fracaso. Intento excusarme --sólo para nosotros, claro-- invocando la dificultad que impone navegar entre dos aguas durante X páginas. Acepto también, como merecidos, los momentos dichosos. En todo caso, perdón. Nunca miré de frente tu cara, nunca te mostré la mía.
J. C. O.

Inicio de "Tan triste como ella", de Onetti, Juan Carlos. Cuentos completos. Madrid: Alfaguara, 2009.

domingo, 24 de febrero de 2013

Fuga tercera


Amado: Aquí frente al mar ancho y magnífico pienso en ti.
El sol es como un manto caliente y me hace sentir una pereza inmensa. ¡Cómo brilla el agua! ¡A veces tengo ganas de reírme sin razón! ¡No sé qué siento!
Me acuerdo de un día que fuimos hasta el final del muelle cogidos del brazo. ¡Qué felices éramos! Me sentía entonces emocionada como ahora entre el mar, la tarde y tú.
Aún no me doy bien cuenta de lo que he hecho ni puedo pensar en más consecuencias que las que me impulsaron a venirme.
¿Te acuerdas de este verano maravilloso que hemos pasado juntos? ¿Sabes cada hora de sol, de luz y de risas, cada beso tuyo, cada momento luminoso cuántas lágrimas me costaba luego? Siempre pagué a precio bien subido mi dicha. Por eso la aprecio tal vez, tanto.
Has sido para mí de todo, desde la pena honda a la alegría fuerte de vivir… has sido… tú lo sabes.
Tú sabes qué oscura, qué fría era la parte de mi vida en la que no entrabas tú. Qué agria mi casa, qué horrible.
Hace tres días ­­─¿fue solo hace tres días?─ cuando me dijisteque te ibas de la isla para siempre, qué angustiada, qué gris se me volvió de repente la vida.
Ya sabes qué felices acabábamos de ser estos últimos días cuando mi padre y mi madrastra se marcharon por fin, como pensaban, al extranjero.
Ya sabes cuánto habíamos reído, cuánta luz verde y azul y dorada hemos bebido juntos por los anchos campos que abren siempre su perspectiva azul de mar. Y de repente, tú te ibas…
Me viste llorar por una vez y no me da vergüenza. No puede avergonzar llorar por un dolor tan grande.
Porque tú eres ─¿no lo sabías?─ la primera, la honda, la gran ilusión de mi vida.
Porque yo estaba segura de que si te ibas, te perdía para siempre, y contigo todas mis cosas claras. Yo sabía que no me mandaría mi padre a casa de los parientes, a donde ahora voy a estudiar, como me había prometido, “este invierno”. Porque hasta que llegue el invierno han de pasar demasiadas cosas. Ha de estallar de un momento a otro una guerra terrible en la que no sabemos si será neutral nuestro propio país, sería difícil entonces que me dejaran, sola, atravesar el mar… Y las promesas son promesas sólo y promesas vagas…
Por eso, mi vida, rompí ayer las viejas huchas de mis ahorros de niña, por eso sin decirte nada, estoy aquí, en la cubierta de tercera de un barco, sentada en un rollo de cuerdas, mirando al mar.
Por eso para ir hacia ti, me he fugado alejándome de ti. Cuando tú llegues, dentro de dos, de tres semanas, yo estaré allí, contigo. Si viene una guerra la pasaremos juntos y nuestra novela ─rosa y azul como los cuentos de hadas─ seguirá sus capítulos hasta el fin. Nunca me arrepentiré de lo que he hecho aunque por ello tenga que llorar lágrimas de sangre…
Yo no he conocido una emoción más loca, más embriagadora y más de pleno triunfo que ésta que se siente de ir apartando obstáculos para una fuga…
Y anoche, amado mío, cuando bajo las estrellas del muelle se fue alejando la isla… ¡Yo no he sido ni podré ser nunca tan tuya! Nunca, ni si me hubiera ido contigo te hubiera podido dar más. Porque entonces ─¿no lo comprendes?─ habrías estado tú conmigo para hacer frente a la situación, habríamos sido dos, para ese terrible pago de consecuencias que viene siempre ─¿crees que no lo sé?─ después de cualquier cosa de estas que tenga un átomo de maravilla.
Ahora soy yo sola la que voy, a la aventura, por ti, para ti, sin ti…
Yo no sé si te darás cuenta de cuántas cosas hay en todo esto que de tan hondas no se pueden expresar ni escribir…
¡Yo estoy contenta! El mar canta una canción salvaje, blanca y azul contra los costados del buque y mi corazón la recoge y la siento respirar como una gran caracola. No quiero pensar y sólo me gusta sentirme vivir mientras llego… Después…
¡No me importa nada ese después…! Todo en el mundo se paga y no quiero que sea pequeño el precio de esa inefable y azul locura que cuando se tienen 17 años representa cruzar el mar, sin permiso de nadie, para esperar el amor…


Carmen Laforet, Cartas a don Juan. Cuentos completos. Menoscuarto, 2007