domingo, 30 de diciembre de 2007

Sí, quiero

[Vaya bodorrio. José Manuel y Silvia.]

Le daba el sol en la cara. Lo recuerdo perfectamente. Era un día precioso y ella relucía de blanco delante de la iglesia como lo hacían las sábanas tendidas de la infancia, ésas que mirábamos de niños con cara de picardía y con las manos mugrientas. La miraba y me parecía verla envuelta en una de ellas disfrazada de fantasma.
Pero allí estaba. Inmóvil en la puerta de la iglesia. Había bajado del coche con una sonrisa nerviosa entre los “enhorabuenas” de las mujeres del barrio. Cuando se daba la vuelta para entrar a buscar al que sería su marido tan solo una hora más tarde, quedó paralizada, con la mirada fija en la fuente del que había sido su barrio justo hasta ese momento.
La miraba desde la fuente. Sabía que estaba ausente, que se había perdido entre épocas, lo sabía porque toleraba el sol sin parpadear. Y sin parpadear me había dicho un año atrás que se casaba. Yo la vi segura aquel día. Más enamorada de lo que la había visto nunca. Recuerdo cómo le tembló un poco la voz al final de su discurso. Supongo que sería duro cruzar el pasillo de su puerta a la mía para hacerme partícipe de que había decidido cambiar de vida, sabiendo que cambiaría también la mía. Yo ya sabía que se casaría con Saúl. Es un chico estupendo, creo que la mejor opción. Pero se la llevaba lejos. Su casa ya no estaría a 10 metros de la mía. Su habitación estaría ahora a mil kilómetros de la mía y ya no le llegarían los parpadeos de mi linterna.
Solo podía ver aquel pequeño fantasma intentando hacerme reír. Estaba tan guapa. Me vio, le sonreí, intenté darle el apoyo y el valor que necesitaba para cruzar la pasarela hasta el altar y lloró. Ese llanto tenue de emoción, de estar segura de haber cerrado con su pasado y estar pisando su presente. Ese llanto me recordó que un día, en un momento de despiste me quitó la bici. Yo no quería prestársela, era solo un año mayor que ella pero me sentía en la obligación de protegerla siempre. Cuando volví la vi caerse. Me acerqué y lloraba, yo sé que lloraba más por el orgullo que por la sangre de la rodilla. La vi tan guapa como estaba en la puerta de la iglesia. Desde el suelo lloraba y ponía cara de arrepentida, qué lista era para eso, nadie le diría nada en ese momento. Pensé que las lágrimas de ahora también estaban dirigidas a que alguien la rescatase. Sin embargo, todo el mundo comentaba lo guapísima que está una novia emocionándose de felicidad. Su madre se acercó y le secó la cara con cuidado de no estropearle el maquillaje. Su padre le ofreció el brazo. Me dieron la espalda y entraron. Yo caminé mucho detrás, a su ritmo, desde la fuente hasta llegar a la puerta de la iglesia y verla llegar al lado de Saúl. Él la esperaba orgulloso.
No me había dado cuenta de que su madre estaba a mi lado. Me cogió del brazo apretándome fuerte como queriendo volver al patio y reñirnos por ensuciar las sábanas. Entramos. Dejé que se adelantara al primer banco y me quedé detrás.
No escuchaba nada de la ceremonia. Mi imaginación jugaba conmigo. Mis ojos se inundaban y mi mente me calmaba. Una bronquilla de niños, me vino nítida a la memoria. Era muy fácil enfadarla. Haciendo memoria junto a la pila bautismal (la que todavía tenía la muesca de su cabeza), recordé que con una tableta de chocolate en la mano le pregunté si quería, y antes de que contestara, levantando la mano para que no alcanzara el chocolate, le pregunté muy rápido, sin dejar que hablara: “¿quieres? ¿quieres? ¿quieres?”. No pude aguantar la risa cuando ella, desesperada, me golpeó tan suave como acostumbraba y gritó: “¡Sí quiero!”.
- Sí, quiero – contestó Ana. Esta vez a la pregunta del sacerdote.

jueves, 20 de diciembre de 2007

Granada, me voy

[Foto del invierno pasado, cuando nevó en
la Alhambra ¡estaba más bonita!]

Me voy en dos días de Granada. Y me da pena. Me entristece saber que durante dos semanas no será esta ciudad la que me vea amanecer, ni yo la que la vea despertar.

Granada es solo una ciudad más. Pero atrapa. Cuando estás lejos la recuerdas, la echas en falta. Pero, incluso cuando estás aquí, te envuelve su recuerdo.

A veces pienso que la ciudad desprende una especie de fragancia que te hace conservar en la memoria todos los momentos que te ofrece. O una que te engancha para que no te vayas o para que vuelvas. Necesita a la gente alrededor, pisando sus calles, mirando sus sierras, sintiendo su espíritu. Como un enamorado, uno de esos que pasaron a la historia (historia, pasado, que no le falta a Granada, y te devuelve a él con solo caminar por cualquier sitio de la ciudad) que mueren de amor si está su amada lejos. Como un rey moro (no sé quién, lo siento) que cuando hizo Medina Azahara, plantó almendros en todo el espacio al que la vista alcanzaba, para que, cuando se pusiesen en flor, su esposa, de Granada, no echase de menos la nieve. No sé si esta historia es exactamente así, pero me ha encantado siempre pensarla, ¿algún gesto de amor más lindo?

Me voy, sí. Pero volveré. Volveré, de hecho, lo antes posible. Antes de que Granada pueda echarme de menos, antes de que se percate de que me he ido, antes de que mi ausencia se note.


Feliz Navidad, a Granada y a todos, claro.


Una canción: Granada, de la Caja de Pandora. Os dejo la letra:

Tierra mora hasta la eternidad
olivares, el jardín de Alá,
son murallas a tu alrededor
y en la Alambra se oye una oración:
“Tan lejos de ti que tengo
que echarte de menos,
desde aquel abril no puedo olvidar
tu mirada. Me hierve la sangre,
es casi locura desde aquel maldito abril”.

Granada, tu brisa mezclada en aromas
de campo provoca mi sonrisa
y recuerdos de un tiempodejó añorado. Granada…

Aún me pierdo en la imaginación
peo muero por volver allí y sentarme para
contemplarun ocaso desde el Albaicín.
“Tan lejos de ti y no se me olvida tu encanto,
desde aquel abril yo creo seguir embrujado.
Me quema la sangre. Soy alguien distinto desde aquel
maldito abril”.

Granada, tu brisa me sabe a jazmín y
a romero que son
como caricias, el tacto de un dulce recuerdo.

Pueblos blancos de pintura y cal,
como oasis del desierto espejismos en la sierra.
Son fantasmas en la oscuridad
que ciegan mis ojos
al llegar el alba.

Como García Lorca, loco enamorado que esa tierra
vio morir.

Granada, tu brisa de mar, río, sol y montaña,
dejó abierta una herida de buenos
momentos que empañan
mis ojos, al darme cuenta que sigo pensando en Granada.

http://www.youtube.com/watch?v=YgTWkHPmK00 (un video, qué bonita!)

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Las zapatillas verdes


Nunca, nunca, nunca, nunca… nunca se sabrá si mi vida podría haber sido otra. Lo que está claro es que esta mañana al levantarme, todo estaba yendo igual que los últimos meses. Empiezo a pensar que la culpa la tengo yo. Pero que no tenga trabajo no quiere decir que no sirva para hacer nada, ni siquiera lo dice el hecho de que me hayan echado de los últimos once trabajos.
Once trabajos, ¿y qué? Tampoco son tantos, aunque es complicado que alguien me iguale en tres meses. En eso tengo el récord. Y en muchas otras cosas. A poca gente conozco que siendo un apasionado de la historia egipcia, se decantara por hacerse barrendero en su barrio para aprovechar su talento. Era el barrendero que más sabía del gran Imperio eso sí, aunque no se me reconocía mucho. Aún así no lo llevaba mal, todo lo contrario, contaba historias divertidas o de miedo a los niños del parque. Egipto da para mucho y a mí me servía ese trabajo para retraerme a aquella civilización poderosa de grandes vencedores. Pero me echaron. Una madre, furiosa porque su hijo llegaba tarde a casa todos los días, me denunció por no sé bien qué problema de oposiciones que yo no tenía. Ese fue el primer trabajo que perdí.
Creo que hubo un punto de inflexión justo cuando Egipto se cruzó en mi vida por primera vez con el busto de Nerfertiti. Vaya chasco de escultura policromada, parece pintada por una de mis vecinas y preparada para la Feria del Valle, con esas sombras azules, ese lápiz de labios rojo intenso, ese peinado a punto para colgar las flores y la peineta, solo le falta el vestido de gitana, aunque claro teniendo en cuenta que solo es un busto, sería complicado.
Como estoy en paro discontinuo desde hace tres meses ya, me he cansado de buscar trabajo, ya llegará, caerá del cielo (no me importaría limpiar ventanas). Así que por las mañana cuando me levanto, me visto y salgo a pasear. En realidad, eso lo hice una vez aunque me empeñe en decir que es mi rutina, lo sería si los demás días no pasase siempre algo. Esta mañana me calzaba mis zapatillas verdes de caminar (que también son las verdes de ir al cine, las verdes de salir a cenar y las verdes de quedarme en casa) cuando sonó el teléfono. Oí a mi madre responder, crucé los dedos para que no fuese para mí pero he llegado a la conclusión de que Dios piensa que esa señal es distinta cuando yo la hago.
Cogí el teléfono y era Laura. Laura después de tres largos meses. Después de llevarse su busto de la Nefertiti folclórica lejos de mí. Me preguntó por mi vida y le dije que me iba estupendo, claro, que salía todos los días a pasear, que tenía unas zapatillas verdes…, llevaba tanto tiempo alejado del mundo que se me estaba olvidando qué clase de cosas hay que contar. Temí su turno. Laura me pidió que la acompañase a tomar un café. En la vida del fracasado los planes raramente salen bien. Otro día más sin salir a pasear. Subí a mi cuarto con la intención de vestirme para la ocasión, y me dejé puestas las zapatillas verdes de tomar café.
Iba contento. Tan contento como el cerdo que no sabe que va al matadero. Pero no era culpa mía, porque un nuevo fracasado va siempre con la ilusión de dejar de serlo. Llegué al café y creía que mi mente me engañaba, Nefertiti me recibió en la puerta y junto a ella un busto de Laura. Me froté los ojos con fuerza y cuando los volví a abrir se habían cambiado las tornas, no recordaba lo que se parecían Laura y esa maldita escultura, creo que por eso me enamoré de Nefertiti, y ese amor me costó la relación con Laura. Me senté con recelo mirando a las dos mujeres que me miraban desde el otro lado de la mesa. Tres tilas después fui capaz de dejar que Laura hablase: iba a casarse con Alejandro, un chico con el que llevaba saliendo desde antes de nuestra ruptura.
Bien, acababa de pasar de ser un perfecto fracasado y cobarde a ser, además, un cornudo ingenuo. Continuó una conversación políticamente correcta de casi diez minutos que ya significa un mérito. Me fui, mirando de reojo el busto sobre la mesa. Salí del local y no llovía. Me hubiese gustado que lloviese, porque a las una de la mañana de un 25 de agosto, el brillito reluciente del sol sobre la cara quema con alevosía y mala leche. Me fui con mis zapatillas verdes de andar frustrado, con mis pantalones cortos del mismo color pero distinto tono, claro, para matar el verde de las zapatillas, y mi camiseta negra de saber elegir bien la ropa el día de más calor del año.
Llegué al centro de la ciudad y me encontré unos puestecillos de macanas. Caminé entre el gentío con mis pensamientos combatiendo por hacerse con el protagonismo del día y dejándome llevar llegué a casa. Es triste. El día que vayas a donde te lleve el viento, y llegues a casa de tu madre, algo está fallando.
El resto de la tarde me lo he pasado pensando en Nefertiti, me miraba de forma especial esta mañana, como cuando la conocí. Me he quedado dormido en el sofá después de comer y como cada día desde que se fueron de mi vida, mi madre me ha sermoneado por la vida de vago y fracasado que llevo. Llevará razón cuando lo dice, yo ya no voy a discutirlo.




(Versión corregida ya gracias a mis compis, lo que he podido. Lo publico porque si salen tantas risas como salieron cuando lo leí ayer cumplirá la función de entretenimiento...)

lunes, 10 de diciembre de 2007

Miedo

Porque a veces no hay mejor manera de decir que con música, porque el miedo es y será perenne en mi vida, porque no hay miedo más vertiginoso que éste... un temita de M Clan:
http://es.youtube.com/watch?v=UZOQDocIFoI

Miedo
Para empezar, diré que es el final.
No es un final feliz, tan sólo es un final,
pero parece ser que ya no hay vuelta atrás.

Sólo te di diamantes de carbón,
rompí tu mundo en dos, rompí tu corazón,
y ahora tu mundo está burlándose de mí.

Miedo de volver a los infiernos,
miedo a que me tengas miedo,
a tenerte que olvidar.

Miedo de quererte sin quererlo,
de encontrarte de repente,
de no verte nunca más.

Oigo tu voz siempre antes de dormir.
Me acuesto junto a tí y aunque no estás aquí,
en esta oscuridad la claridad eres tú.

Miedo de volver a los infiernos,
miedo a que me tengas miedo,
a tenerte que olvidar.

Miedo de quererte sin quererlo,
de encontrarte de repente,
de no verte nunca más.

Ya sé que es el final, no habrá segunda parte.
Y no sé cómo hacer para borrarte.

Para empezar, diré que es el final.

Miedo de volver a los infiernos,
miedo a que me tengas miedo,
a tenerte que olvidar.

Miedo de quererte sin quererlo,
de encontrarte de repente,
de no verte nunca más,
de no verte nunca más,
de no verte nunca más,
de no verte nunca más.

¡¡Oigo tu voz!!

¡¡Y aquí en el infierno, oigo tu voz!!

viernes, 7 de diciembre de 2007

Al completo, de nuevo

[Foto realizada en momentos de tensión, como puede verse.
Espero que me disculpe la interesada pero era necesaria la visualización de la Unión]

Bien. Por fin encuentras el sentido a estar partido. Y es que estar sin tu mitad es la mejor forma de reencontrarla. La mejor forma de trabajar para que llegue un momento en que por fin te des cuenta de que lo que os partió solo fue rasguño sin importancia, que estará ahí durante mucho tiempo pero que no os separará: porque sois un ente infracturable, porque cada vez que parece que os resquebrajais sois capaces de arreglarlo, reforzándoos, creando capas más sólidas.

La mentira se salva con verdad. La verdad nos ayuda a olvidar la mentira. El sentir que de nuevo has recuperado la confianza de la otra persona, y que de nuevo te vuelves a sentir absolutamente querida, te separa de la sensación de culpa, de abandono y, aún peor, de traición.

Pero no volviendo en ningún momento a lo de antes. No. Ahora una relación algo más madura. A una relación de respeto, de confianza, de entendimiento. Eso que aporta el cariño hacia el otro.

Sentarte un día en un café con ella y hablar perdiendo la noción del tiempo. Hablar de todo y de nada. Y mirarla pensando que no podrías vivir sin ella, que esa persona es en tu vida un hito, un punto de inflexión, que no es que forme parte de tu vida sino que tu vida se ha formado en parte gracias a ella.

Y tiene defectos, y los tienes tú. Pero os vais entendiendo de forma que se van paliando, de forma que sus defectos le otorguen originalidad, que te gusten sus manías, que sin "sus cosillas" ella no te gustaría igual.

Y todo esto te tiene feliz por lo que tiene de cambio entre vosotros. Pero sigues sintiéndote culpable por sentir, a veces, a pesar de ella. Sigues sintiendo que le has traicionado a pesar de intentar convencerte una y otra vez de que fue una traición involuntaria, sin ninguna intención de perjudicar (su vida, que es la que duele).

Y te olvidas de Lo imposible. Y a veces duele pero te acuerdas de ella y se pasa. Y lo vas dejando de lado, y lo vas tapando, y vas dejando de recordar, y vas dejando de pensar y vas dejando de sentir. Y no te pesa porque la tienes a ella, esa persona que está por encima de todo lo demás.

Y sigue teniendo sentido si escribiendo un post así sigues llorando igual que cuando escribías que te sentías partido, que haciéndole daño a ella te lo hacías tú y que la quierías por existir y, más aún, por coexistir contigo.
...
((¿Hay algo que os una más que verte llorar en sus lágrimas?))